El valor de la diversidad en la educación para las ciencias
Por Bárbara Saavedra & Daniela Droguett para Revista Ciencia Joven
Ilustración Max Elbo
Nuestro mundo es un infinito espacio por descubrir. Una enorme golosina para la ciencia y nuestros ojos: ecosistemas variados, pletóricos de formas de vida desde el fondo más profundo de nuestro océano, las alturas andinas más rugosas y saladas, hasta el cielo inmenso que nos deleita con grandes constelaciones. Cada uno de ellos abre gigantescos y diminutos universos para la investigación. Cada uno de esos espacios, cual muñecas rusas perfectamente ensambladas unas con otras, se acumulan preguntas que esperan por alguna inquieta y curiosa científica.
Gran parte del entrenamiento que recibimos cuando estudiábamos ciencias fue entregado en los laboratorios. Experiencias controladas y diseñadas para principiantes, que más que entregar información sobre tal o cual cosa, tenían el objetivo de enseñarnos a mirar el mundo con otros lentes, ayudándonos a abrir portales para conectar con las grandes y pequeñas preguntas de la investigación, despertando a nuestra niña interior, a través de cada controlado y planificado descubrimiento. Poco a poco fuimos entrenando el ojo, encantando el corazón, inquietando nuestras mentes, dándole así forma a nuestra joven mente científica.
Recordamos un bello, colorido y maloliente experimento que nos permitió asomarnos al mundo de las bacterias. En torno a tibias placas saturadas de diversas cepas de Escherichia coli, nos aventuramos a mirar lo invisible -pero que está en todas partes- y tiene la fuerza de mover el universo: el micromundo de bacterias y virus. Cada placa era efectivamente un mundo diferente, esperando ser descubierto por nosotras. Y para hacerlo “mirábamos pintando”. Aplicando tinciones específicas, colonia tras colonia, develando sensibilidades, singularidades y formas sorprendentemente complejas para tan diminuto mundo. Al final de nuestra experimentación, lo invisible se hizo evidente a través del color. Colonias azules, levemente más suaves por aquí que por allá. Bacterias rojas furiosas, que se revelaban a la tinción amarilla. Verdes colonias develaban minúsculos bosques sin vegetación…en fin, toda una batería viva evidenciada por este juego multicolor de ciencias. Una paleta completa frente a nuestros ojos golosos, mostrando hermosamente ese mundo que desconocíamos y que está ahí día tras día, y mejor aún, abriendo nuestra mente a más preguntas por responder.
Las ciencias no son más que infinitas preguntas, que intentamos responder siguiendo un método acotado. Cada pregunta surge de una mirada particular, cuyo valor, salvo contadas excepciones, es sumar a todas las preguntas previas, o servir de eslabón a las preguntas por venir. La curiosa ojeada a una planta rastrera que florece cada varios años producto de lluvias inesperadas, el sorprendente caminar de un insecto bajo la nieve, la luz agónica de una estrella lejana, o el constante y dulce ondular de olas intentando lavar alguna playa de cantos, son ejemplos de los inagotables mundos latentes esperando ser interpelados por las ciencias. Esperando ser abordados por científicas nacionales, para ir abriendo uno a uno sus mil mundos. Y enriqueciendo el acervo social y cultural de nuestro país, donde lo importante es no dejar de lado la sorpresa.
Nuestra “placa Petri” desde hace algunos años es tan grande y bella como el planeta tierra. Es el Parque Karukinka, un área protegida de extraordinario valor que se abre a las ciencias de la conservación en Tierra del Fuego. Es una verde y azulada esquina de la Patagonia, que custodia los mayores bosques que existen en el mundo a esta latitud. Hábitat de animales majestuosos como el guanaco o el cóndor, tanto como algunos indeseables vecinos invasores como los castores o visones.
Hemos instalado allí un gigantesco laboratorio natural, cuyas puertas abrimos día a día con esfuerzo, motivando a científicas locales, nacionales y extranjeras, a hacer conservación, ciencia joven ávida por crecer y desarrollarse. Tal como antaño, cuando nos formábamos en ciencias, esperamos abrir un vasto espacio para la creación y reflexión de preguntas de conservación: que tengan sentido y nos permitan abordar las amenazas y desafíos que se ciernen sobre estos y muchos otros parajes Patagónicos. Especies invasoras como castores, que directamente consumen centenarios árboles de lenga o degradan los prístinos ríos australes. ¿Cómo podemos lidiar con esta plaga, intentando restaurar la foresta fueguina? Turistas poco escrupulosos que azuzan elefantas marinas y sus crías para logar una buena “selfie”. ¿Cómo resguardar la reproducción de esta especie amenazada, intentando que los turistas puedan vivar la experiencia sin perturbar a la fauna? Nos preguntamos por las acciones de poblaciones humanas hoy inexistentes. Antiguos y extintos pobladores de este archipiélago, así como de los futuros fueguinos, ávidos por colonizar estos nuevos territorios. ¿Podemos contar contigo y con tu decisión a mejorar las buenas prácticas y el desarrollo de este territorio? ¿Qué condiciones deben guiar dicha instalación humana de manera de proteger y fomentar la natura que hoy los sostiene? El calentamiento global que altera los flujos de gases invernadero y el ciclo de agua de las turberas. ¿Cómo responde este alejado rincón del mundo a esta amenaza global? Rutas migratorias de majestuosos albatros. ¿Dónde se alimentan estas aves marinas, al tope de sus cadenas alimentarias? ¡¡Tantas preguntas que como científicas de la conservación nos hacemos!!! Tanta necesidad de mostrar e integrar estos ecosistemas al diseño de nuestro desarrollo!! ¡Tan urgente la necesidad de su conservación! ¡¡Tantos desafíos por delante!!
Siendo la conservación de la naturaleza una ciencia con una clara misión: la de frenar o revertir la degradación de la biodiversidad, nuestro trabajo como investigadoras no termina allí. La verdad es que el quehacer científico marca generalmente solo el comienzo de esta labor. El que se nutre con conocimiento y acción de otras tantas mentes y manos. La conservación requiere y se enriquece en la medida que confluyen en su quehacer diferentes miradas, compartiendo los desafíos con distintos actores para lograr un objetivo. Es una ciencia que sólo puede dar frutos si convoca, congrega, y es capaz sumar.
Y las ciencias, tal como natura, florecen cuando hay diversidad. Bio-diversidad. Y es esta variedad la que justamente nutre y sostiene nuestra natura. Sin ella el futuro se desvanece. Y tal como el invisible mundo bacteriano que aprendimos a mirar siendo estudiantes, las mujeres estamos allí. Ubicuas. Listas para enriquecer con preguntas el mundo científico. Listas para aportar con nuevas miradas los fenómenos que esperan ser descubiertos, interpelados, escudriñados por las ciencias.
Por siglos la humanidad ha ignorado la existencia y el valor de los miles de millones de especies con las que convive, y más aun de las que depende. La diversidad y amplitud de la vida en nuestro planeta, incluyendo la femenina humana, ha quedado fuera del interés de las magníficas mentes masculinas que han moldeado (a sangre y fuego) el mundo que vivimos hoy. Nuestra mirada de mujer aporta a abrir una fisura en esa tela que ha cubierto los ojos de la humanidad y también de las ciencias. Permitiendo llevar nuestra luz cálida y potente a la amenazada naturaleza fueguina, para buscar más y más formas de hacer su conservación. Nuestra mirada femenina enriquece esta búsqueda, dotándola de textura y profundidad. Abriendo nuevas miradas y dejando fluir torrentes de preguntas. Sumamos a las ciencias. Sumamos desde Patagonia. Y esperamos sumar a cada científica curiosa y deseosa de hacer conservación a este nuevo espacio.