Esta columna fue publicada originalmente por la Revista Heterodoxia con fecha 18 de junio 2020.
https://www.heterodoxia.cl/2020/06/18/no-todo-lo-que-brilla-es-verde-sostenibilidad-y-reactivacion-post-pandemia/
En la década de los 80, en respuesta a la preocupación por la contaminación ambiental y degradación de la naturaleza producto de la actividad humana, se acuñó el concepto de desarrollo “sostenible”, definido como aquel que satisface las necesidades del presente, sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades.
Desde entonces, el concepto ha ido creciendo en aceptación, al punto de transformarse en un paradigma, citado de forma casi transversal en todas las esferas de nuestra sociedad. El desarrollo sostenible es el marco rector de Naciones Unidas, la mayor organización internacional existente, a la cual Chile está adscrita. A nivel de Estados y empresas, políticas públicas y privadas se plantean en torno a la sostenibilidad. No obstante, la creciente y generalizada manifestación de descontento social en distintas partes del globo, junto con un nivel de degradación de la naturaleza sin precedentes en la historia de la humanidad indican que, pese ese éxito rotundo en la sociabilización del concepto, los reales avances en la sostenibilidad de nuestro modelo de desarrollo son escasos e insuficientes. ¿Qué estamos haciendo mal?¿En qué parte del camino entre teoría y práctica estamos fallando?
Profundicemos un poco en la forma en que hemos operativizado el concepto de desarrollo sostenible, para su aplicación práctica. Probablemente el modelo más popular para conceptualizar la sostenibilidad es el de “triple resultado”, en que la sostenibilidad se visualiza como un “equilibrio” entre tres ámbitos temáticos: el económico, el social y el ambiental.
La propuesta es sensata y permite, mediante el desglose en categorías, llevar a la práctica el concepto a la toma de decisiones. El modelo de triple resultado nos indica que, cualquier cosa que visualicemos y deseemos, ya sea en términos económicos, sociales o ambientales, debemos restringirlo y ajustarlo, en función de las implicancias que esto tenga en otros ámbitos relevantes.
El razonamiento tras el modelo de triple resultado no es incorrecto. Efectivamente, la economía, la sociedad y el medio ambiente se interrelacionan entre sí, y deben respetarse ciertos límites para que un ámbito no avance en desmedro del otro. Sin embargo, al focalizarse en los límites, el modelo resulta en una representación de estas tres esferas como competidoras entre sí. La traducción podría ser “Quisiéramos tener una economía vigorosa, pero no podemos porque tenemos que respetar las normas sociales y el medio ambiente.” O “queremos vivir en un ambiente saludable, pero tenemos que producir y comer”. El listado de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas es un ejemplo de ello, al decirnos “primero nos tenemos que ocupar de la pobreza y el hambre, y luego de mitigar el cambio climático y evitar la degradación de la naturaleza.” Como si una cosa no dependiera directamente de la otra.
Al conceptualizar la economía, la sociedad y el medio ambiente como ámbitos aislados, que se interrelacionan solo en base a las limitaciones que uno impone a otro, el modelo falla en reflejar que la economía se construye en base a un sistema social que permite y sustenta el intercambio de bienes y servicios, y esa sociedad solo es viable en un contexto ambiental que puede sostener su existencia. En otras palabras, el modelo falla en reflejar la relación intrínsecamente beneficiosa y sinérgica entre estas tres esferas de la sostenibilidad.
Quizás por la ineficacia en reflejar estas interdependencias, el modelo de triple beneficio en que las tres esferas tienen igual peso ha derivado en el modelo de sostenibilidad de “Mickey Mouse”. En este modelo, la economía es el objetivo primordial y, si y solo si, (en negrita y subrayado) la economía es vigorosa, podemos preocuparnos de avanzar hacia una sociedad justa y un medio ambiente saludable. Si la economía cae, estas preocupaciones serían una especie de “lujo” que no podemos darnos.
Pese al tono sarcástico que puede conllevar la denominación de “sostenibilidad de Mickey Mouse”, este planteamiento está lejos de ser una caricatura. Es un discurso real, traído a la palestra cada vez que la actividad económica se ve enfrentada a aplicar “consideraciones” socio-ambientales. Repetidamente escuchamos a distintos líderes indicar que “no se puede poner límites” a la actividad productiva o a la economía en general, y que la evaluación ambiental establece “obstáculos” a la inversión. Y en la práctica de la actividad empresarial, por mucho que se establezcan programas y líneas de inversión en ámbitos distintos al giro productivo de la compañía, las compañías siguen teniendo el objetivo (establecido por ley) de maximizar las utilidades para sus dueños y accionistas. Y los Estados hacen eco de la misma lógica.
¿Cómo podemos cambiar la forma en que estamos llevando a la práctica la tan anhelada sostenibilidad, si la actual no parece estar funcionando? Bill Reed, en su influyente trabajo “Cambiando desde sostenibilidad a regeneración” nos recuerda las reflexiones del filósofo Paul Watzlawick: “existen dos tipos de cambio; aquel que ocurre dentro de un sistema, el cual se mantiene inalterado, y aquel cuya ocurrencia conlleva la transformación del sistema.” En la primera categoría se encontrarían, según Reed, cambios que apuntarían a “hacer mejor la cosas”, lo que se traduciría principalmente en mejorar la eficiencia del sistema. Tanto el modelo de triple beneficio como su versión distorsionada tipo “Mickey Mouse” apuntan en esa línea, buscando mejorar la eficiencia para disminuir así las “externalidades” negativas de un ámbito sobre sobre los otros (mayormente, de la actividad económica sobre las otras dos). Estos no han logrado inspirar cambios fundamentales al modelo de desarrollo; solo se trata de “mejoras”. Por eso son también conocidos como modelos débiles de sostenibilidad. Prácticamente sin excepción, todos los ejercicios de reinvención de sectores sumándoles el adjetivo “verde” caen en esa misma categoría: seguir haciendo lo mismo de siempre, pero con algunas mejoras y resguardos (siempre en la medida que la economía lo permita). En su mejor versión, se construyen agendas poco realistas en las cuales se postula que se maximizará el crecimiento económico, al mismo tiempo que sostener los más altos estándares sociales y medioambientales. Pese a las buenas intenciones, estas agendas más se asemejan a una lista de deseos para el Viejito Pascuero, en las que, como por arte de magia, repentinamente será posible lograr todo sin sacrificar nada. Incluso conceptos nuevos muy populares como la “economía circular” se mantienen bajo la lógica de mejorar la eficiencia y disminuir (o prácticamente eliminar, en este caso) las externalidades negativas (los desechos), sin cuestionar, por ejemplo, con qué finalidad se produce (y no solo cómo se produce).
Reconociendo las limitantes de esta conceptualización de la sostenibilidad, se ha planteado el modelo de “diana” o de sostenibilidad fuerte, en el cual las esferas de la economía, sociedad y medio ambiente se presentan de forma anidada.
Este modelo busca reflejar de mejor forma que la economía está contenida (y limitada) por la sociedad, y la sociedad contenida (y limitada) por el medio ambiente. No obstante, la economía queda al centro de la diana, como si el reconocimiento de los límites de los sistemas naturales para sostener vida y las reglas sociales que acordamos para construir sociedades más justas y armónicas tuvieran como objetivo último sostener una economía dinámica y vigorosa. Como si la economía fuera un fin en sí mismo. Asimismo, el modelo continúa con la lógica del garrote, enfatizando los límites que constriñen la actividad humana en el planeta.
Una última propuesta de conceptualización de sostenibilidad es el modelo tipo “torre” planteado por el Stockholm Resilience Centre para ordenar y jerarquizar los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas.
A diferencia del modelo de diana, aquí se refleja de mejor forma la lógica de sustento basal que relaciona a cada ámbito con respecto al que se construye sobre él. El medio ambiente sostiene a la sociedad, literalmente. Es el suelo sobre el cual caminamos, sembramos, construimos; el aire que respiramos y el agua que bebemos. La economía se construye sobre los pilares de la sociedad. Si los pilares de la sociedad tiemblan, tiembla la economía. Si la sociedad quiere sostener una economía basada en la extracción de recursos naturales, contaminación ambiental y degradación de la naturaleza, esa sociedad está horadando las bases de su propia supervivencia y bienestar; es como un perro mordiendo su propia cola. Llama la atención que, siendo la nuestra la única especie racional que ha existido en el planeta (y en el universo, por lo que sabemos), capaces de grandes obras de arte, filosofía e ingeniería, no seamos capaces de salir de esta dinámica absurda.
El modelo tipo torre se acerca más a una conceptualización que cambia la forma en que entendemos la sostenibilidad, conllevando un cambio a nivel del modelo o sistema, más que una mejora del sistema existente. El énfasis ya no está en los límites que un ámbito impone a otro, sino en su relación causal y beneficiosa, en la cual lo que pongamos en la cima solo puede ser tan estable y vigoroso como lo sean sus bases.
Esta lógica se ve claramente reflejada en la situación sin precedente en la que nos encontramos, donde un virus microscópico ha logrado detener autos, aviones y toda nuestra actividad incesante, como nunca antes. Virus que, lejos de ser producto de una conspirativa guerra biológica, es un síntoma de la relación disfuncional entre la humanidad y el medio ambiente, que nos tiene al borde del colapso sistémico hace años. Así, la batalla soterrada que se está librando en este mismo momento es si aprovecharemos esta pausa forzada por la crisis y los enormes recursos destinados a la reactivación para enmendar el rumbo. La decisión parece obvia, dado que, como nos recuerda la Organización Mundial de la Salud en su Manifiesto para una Recuperación Saludable del Covid-19, “ahorrar” no invirtiendo en la protección ambiental y en la resiliencia de la salud y de la sociedad es un falso ahorro, que conlleva costos infinitamente más altos poco después. A nivel nacional, también se hace el llamado a una reactivación sostenible.
Sin embargo, también vemos señales fuertes para volver a lo mismo de siempre, y con más fuerza, tal como sucedió después de la crisis financiera de 2008, ya sea en su versión de Mickey Mouse (la economía primero) que se refleja en la referencia a la “agilización de inversiones, lo que implica destrabar regulaciones” de la Mesa Empresarial para el Reenganche Económico de la Confederación de la Producción y del Comercio, o en su versión “todo es posible” del recientemente acordado Plan de Emergencia para el Covid, en que se comprometen medidas para el fomento a la inversión privada que contemplan “reducir los plazos en evaluación ambiental de grandes proyectos” al mismo tiempo que “un estricto cumplimiento ambiental”.
No nos engañemos. Tal como lo refleja el modelo de torre, una reactivación sostenible solo puede lograrse alineando toda la inversión y programas a logro de los objetivos climáticos y ambientales, que son, a fin de cuentas, inversiones de largo plazo en la sociedad y la economía. Invertir 80% en lo mismo de siempre y 20% en temas “verdes”, tal como se hizo tras las crisis económica de 2008, solo cumple con fines cosméticos.
Sin embargo, queda una pregunta más fundamental, que ninguno de estos modelos de desarrollo sostenible logra responder. ¿Qué queremos lograr con esta economía reactivada? ¿Qué tipo sociedad queremos construir? ¿De qué se trata exactamente ese tan renombrado “desarrollo” al que queremos dar sostenibilidad? Quizás una de las razones por las que nos cuesta tanto dejar de ver el crecimiento económico como un fin en sí mismo, es porque no hemos sabido definir bien otro fin que nos permita reemplazarlo. Como lo dijo el académico y ambientalista norteamericano Gustave Speth hace algunos años, la crisis ambiental no es realmente ambiental, sino espiritual y cultural, y los científicos no tienen la solución para eso. Esperemos que la especie más ingeniosa que ha habitado la tierra, sepa encontrarla a tiempo.