Por Dra. Catherine Dougnac, Subdirectora Científica, WCS-Chile.
El bienestar presente y futuro de la humanidad depende de cómo vivimos hoy y de qué estamos dispuestos a cambiar, pues esta pandemia es producto de un habitar insostenible. Durante los últimos meses hemos visto cómo el teletrabajo ha reducido la contaminación proveniente de las emisiones que generan los viajes y surge la pregunta de si era necesario tanto viaje; así mismo, pudiendo salir a suministrarnos solo insumos básicos, nos damos cuenta que vivimos bien con menos. En otras palabras, no es tan difícil cambiar.
Si antes se pensaba que la destrucción de la naturaleza, vasta e “infinita”, era solo un efecto secundario de lo que llaman progreso, hoy vemos cuánto cuesta a la economía y la salud pública ese progreso. Por fin entendemos que la salud humana y la salud del medio ambiente están intrínsecamente vinculadas.
La degradación de la Tierra ha reducido su productividad. Esto lo expuso dramáticamente hace justo un año la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas, IPBES, en un informe sobre el estado de la biodiversidad del planeta, sobrepasada por cambios en el uso de la tierra y el mar, la sobreexplotación, el cambio climático, la contaminación y las especies exóticas invasoras. En esa oportunidad, su presidente, Robert Watson, llamó a hacer cambios para una “reorganización fundamental de todo el sistema (...) incluidos paradigmas, objetivos y valores”.
Hace 15 años, WCS reunió a organizaciones líderes para abordar los desafíos de la interrelación entre salud humana, animal y de los ecosistemas y construir puentes para trabajar por la salud en un mundo globalizado. De allí surgió el concepto de “Un Mundo - Una Salud”, enfoque transdisciplinario y multisectorial que aborda problemáticas como la emergencia de enfermedades infecciosas. En 2019, un nuevo encuentro global derivó en los Principios de Berlín, que complementan este enfoque integral con cuestiones urgentes, como el cambio climático y la resistencia a los antimicrobianos, y apelan a la necesidad de incorporar el conocimiento científico en el diseño de políticas integrales, con enfoques adaptativos para abordar los efectos de enfermedades emergentes o resurgentes, además de incrementar la inversión y las capacidades intersectoriales para fortalecer los espacios participativos y de educación.
El desarrollo tiene hoy la oportunidad de redefinirse, y la sociedad de reconstruirse poniendo en su centro a la naturaleza y sus procesos. Varios de los límites planetarios definidos para un habitar seguro de la humanidad ya están sobrepasados, como la pérdida de biodiversidad y los cambios biogeoquímicos y climáticos. Hemos impactado de tal modo el planeta que proteger y conservar los espacios y procesos naturales debiese ser una decisión política y estratégica de primer orden. Millones de vidas pueden salvarse a través de la conservación de la naturaleza.
Es necesario crear e incrementar flujos de financiación transectoriales, que permitan mejorar la salud global a través de inversiones ambientales, como la filantropía, los fondos ambientales y otros espacios colaborativos público-privados. Por último, es crucial avanzar en el desarrollo de políticas que incorporen diferentes formas de conocimiento y ciencia local, pues cada territorio define de manera única su relación con la naturaleza y los recursos que ella provee, anclando en esto una identidad cultural que les es propia.